“No tienes idea de lo que carga cada mente. Antes de juzgar, detente. Todo lo que alguien no sabe de ti, es todo lo que tú no sabes de él.”
Leí esta frase de Marguga hace algunos años y se quedó grabada en mí, no solo en mi mente, sino también en mi corazón. Desde entonces, la repito como un mantra de vida.
Cada vez que me cuesta ser empática, cuando me descubro a punto de caer en el impulso de juzgar, me detengo y la recuerdo.
Claro que he fallado. A veces, sin darme cuenta, emito juicios. Pero luego llega el remordimiento, ese que me sacude con una sola pregunta: ¿quién soy yo para creer que tengo el derecho de opinar sobre la vida de alguien más?
Con el tiempo he aprendido que todos, absolutamente todos, cargamos pesos invisibles. Al igual que yo, cada persona lleva inseguridades, miedos, anhelos que rara vez se ven desde afuera. Y cuando entendí eso, la vida se volvió más ligera.
Dejé de vivir desde las expectativas mías y de los demás. Comprendí que juzgar solo complica mi existencia. Nadie es perfecto, nadie funciona según los estándares de los demás. Cada uno tiene su propio ritmo, su historia, sus cicatrices.
Durante muchos años llevé a cuestas una etiqueta que me pesaba más de lo que mostraba: “la esposa, madre y profesional perfecta”. Algunos lo decían como un halago, pero para mí era una carga insoportable. Fue entonces cuando entendí algo fundamental: las expectativas que otros tienen de mí, no me pertenecen. Son suyas, no mías. Y en esa libertad de no cumplir con lo que otros esperan, de no juzgar, de ver con más compasión encontré un espacio más habitable para mi alma.
Con los años he aprendido una de las lecciones más significativas de mi vida, una que me ha regalado paz y me ha permitido vivir con mayor ligereza: no tomarme nada personal.
Cuando alguien me trata mal, cuando su actitud es hiriente o fría, hoy entiendo que lo más probable es que esa persona también esté en guerra consigo misma. Lo que proyectamos hacia afuera muchas veces refleja lo que llevamos dentro. Y eso me ha ayudado a no cargar con lo que no es mío.
La realidad es que solo conocemos una pequeñísima parte de la historia de los demás. No sabemos por lo que están atravesando, ni los pensamientos que los agobian, ni las batallas silenciosas que enfrentan. Por eso, cuando alguien reacciona con enojo o frustración, intento recordarlo: esto no tiene que ver conmigo, sino con ellos. No siempre es fácil, pero trato de no engancharme. Trato de respirar, entender y soltar. Paso la página. No por indiferencia, sino por amor propio. Porque cargar con lo que no me corresponde solo me aleja de la tranquilidad que tanto me ha costado construir.
A mis hijos intento recordarles cada vez que la vida no siempre sale como ellos esperan, que mantengan la calma. Les digo que antes de frustrarse o reaccionar se pregunten: ¿Esto es algo que puedo cambiar? Si la respuesta es sí, entonces pueden actuar, buscar una solución y hacer lo que esté en sus manos. Pero si no es así, si está fuera de su control, lo mejor que pueden hacer es soltar. No hay nada que nos desgaste más que luchar contra lo que no depende de nosotros. Aferrarse al deseo de cambiar lo incontrolable solo genera angustia, frustración y dolor.
Aprender a soltar no significa rendirse, significa confiar. Significa entender que la vida no siempre sigue nuestros planes, pero aun así sigue su curso, y a veces muchas veces nos termina llevando justo a donde necesitamos estar.
Emigrar a España me enseñó a soltar el control, a fluir con la vida y a vivir con más calma. En estos seis meses en Barcelona, uno de los aprendizajes más valiosos ha sido descubrir la libertad que nace cuando nadie te conoce. Vivir en un lugar nuevo, sin etiquetas ni juicios, te da permiso para relajarte y ver la vida desde otra perspectiva. Cuando ya no eres “la de siempre” para los demás, tienes la oportunidad de reencontrarte contigo misma desde un lugar más honesto, más ligero, más libre.
Y con esta poderosa frase también de Marguga cierro mi carta:
“Make your life feel like a poem. Drink coffee to make it taste like one.”
Hasta la próxima .
Lis